Hoy tuve que ir a devolver unas películas al Instituto de Metereología y aproveché para disfrutar una vez más de la Habana, vista desde el parque de nuestro Cristo, no tan famoso o destacado como el de Rio de Janeiro, pero muy querido por muchos de nosotros...
Para qué decirles de la linda que se veía hoy nuestra ciudad (hoy ha hecho en La Habana un clima envidiable: soleado, fresco, azul el cielo, el mar casi sin rizos ni olas, el aire transparente...), el otro lado de la bahía con su skyline de puntas y cúpulas conocidas y cercanas: el edificio sito en Prado 20, el otro "de los ataudes" en el Malecón, el hosp. Almejeiras, el hotel Nacional, el Someillán, el Habana Libre, el FOCSA, las "torres gemelas" de la Esquina de Tejas y las de Infanta y Manglar (donde viví por 2 años), la "raspadura" del monumento a Martí, la torre de TV de Masón y San Miguel, la punta de la iglesia del Sagrado Corazón (casi al lado del refigio habanero de Betty), la torre de la empresa telefónica o la cúpula dorada (y restaurada) del Capitolio, las torres de la terminal de trenes, o las chimeneas de la zona industrial de nuestra ciudad, empezando por unas que se ven por la zona de Cristina y Luyanó y así hasta llegar a los silos de Regla y los tanquecitos de la refinería Ñico López...
Para qué decirles de la linda que se veía hoy nuestra ciudad (hoy ha hecho en La Habana un clima envidiable: soleado, fresco, azul el cielo, el mar casi sin rizos ni olas, el aire transparente...), el otro lado de la bahía con su skyline de puntas y cúpulas conocidas y cercanas: el edificio sito en Prado 20, el otro "de los ataudes" en el Malecón, el hosp. Almejeiras, el hotel Nacional, el Someillán, el Habana Libre, el FOCSA, las "torres gemelas" de la Esquina de Tejas y las de Infanta y Manglar (donde viví por 2 años), la "raspadura" del monumento a Martí, la torre de TV de Masón y San Miguel, la punta de la iglesia del Sagrado Corazón (casi al lado del refigio habanero de Betty), la torre de la empresa telefónica o la cúpula dorada (y restaurada) del Capitolio, las torres de la terminal de trenes, o las chimeneas de la zona industrial de nuestra ciudad, empezando por unas que se ven por la zona de Cristina y Luyanó y así hasta llegar a los silos de Regla y los tanquecitos de la refinería Ñico López...
... Y la bahía, en primer plano, casi sin barcos (no ví más de 4 barcos mercantes en los muelles y uno fondeado en el centro de la bolsa habanera), inmóvil, vacía, solamente cruzada por las lanchas que enlazan la Habana Vieja con Regla y Casablanca (¿sabían Uds. que esas lanchas son "operadas" por la Empresa de Omnibus Urbanos de la capital?... :-))...
Hace ya un par de años quizá quitaron la cafetería de Rumbos que ahí estuvo eventualmente y aquel parque quedó ahora muy tranquilo, sólo me acompañaban unos turistas rusos y tres o cuatro parejas "irregulares" (vamos, que todos sabemos que es el mejor lugar de la Habana para un "affaire") que estaban aprovechando la misma tranquilidad que yo...
Hace ya un par de años quizá quitaron la cafetería de Rumbos que ahí estuvo eventualmente y aquel parque quedó ahora muy tranquilo, sólo me acompañaban unos turistas rusos y tres o cuatro parejas "irregulares" (vamos, que todos sabemos que es el mejor lugar de la Habana para un "affaire") que estaban aprovechando la misma tranquilidad que yo...
Pero bueno, como quedé impregnado de la aureola y paz del lugar, aquí comparto un poco de su historia y la de su autora.
"Un Cristo demasiado humano.
Ciro Bianchi Ross
Se cuenta que un día un forastero llegó a Matanzas – un caserío entonces de menos de 40 viviendas de arcilla y embarrado y un templo igualmente modesto- y pidió albergue a una familia. Dijo a la dueña de la casa que era carpintero y ella le comentó que podía pagar el hospedaje con una talla del Santo Cristo. Aceptó el recién llegado la propuesta y se encerró en la habitación que le destinaron. Pasaron los días y como el huésped no se dejaba ver ni se advertía en su pieza la más mínima señal de vida, la señora, con el auxilio de varios vecinos, descerrajó la puerta. El visitante se había esfumado como por arte de magia, pero dejó una imagen formidable del Dios-Hombre que, si bien carecía de peana y cruz, tenía los brazos abiertos y las manos ensangrentadas.
La mujer confesó que no había en la habitación madera alguna para tallar la hermosa imagen, que el forastero no introdujo en ella herramienta para tallarla ni se escuchó en esos días un martillazo ni un golpe de escoplo. Tampoco cabía la posibilidad de que el huésped hubiese traído la imagen de otro sitio. Su extraño aspecto y lo exótico de su vestimenta, que revelaban a las claras que no era del país, llamaban tanto a la desconfianza que la señora había hecho vigilar la habitación desde que el viajero entró en ella…
¿Era un milagro? ¿El propio Cristo, de paso por Matanzas, talló su imagen? No existía otra respuesta que la de caer de rodillas ante el Aparecido, que bien pronto los matanceros empezaron a llamar El Señor de la Misericordia.
El Cristo de La Habana no tiene, por supuesto, la aureola milagrosa del Cristo que todavía se adora en la iglesia de San Carlos de la ciudad de Matanzas, a unos cien kilómetros al este de la capital de la Isla y prácticamente a las puertas del balneario de Varadero. Mirándolo bien, el origen del Cristo habanero es bastante sombrío, pero lo matiza una anécdota simpática.
Cuando el 13 de marzo de 1957, en horas de la tarde, un grupo de revolucionarios asaltó el Palacio Presidencial con la intención de ajusticiar al dictador Fulgencio Batista, la Primera Dama de la República prometió que si su esposo escapaba con vida mandaría a erigir una imagen de Cristo que pudiese ser vista desde cualquier rincón de la ciudad. La escultura en cuestión se inauguró el 25 de diciembre de 1958, a una semana escasa de la fuga del dictador y del triunfo de la Revolución. Esa ceremonia debe haber sido el último acto público en que participó Batista.
Cuando la escultora Jilma Madera recibió la encomienda de acometerla –y aquí viene lo cómico- utilizó de modelo a su amante de aquellos días. Es muy varonil la apariencia de este Cristo, con los brazos musculosos, las manos fuertes, la mirada desafiante, el mentón activo, los labios sensuales. Un Cristo cubanísimo, en todo caso, que mira a la ciudad desde el otro lado de la bahía, con la mano izquierda sobre el pecho y la otra en actitud de bendecir.
SITIO DE PREFERENCIA
Se trata de una escultura colosal de quince metros de alto y colocada sobre un pedestal de tres. Como se emplazó en una colina entre la fortaleza de San Carlos de la Cabaña y el área del Instituto de Meteorología, alcanza una altura total de setenta y nueve metros sobre el nivel del mar, lo que la hace visible desde muchos sitios de la capital. Por su ubicación, recibe y despide a todas las embarcaciones que entran y salen de la rada habanera. Esculpida en mármol de Carrara, se le considera la más alta y una de las de más volumen, en su tipo, en Cuba y el Caribe y, sin duda, la mayor que ha salido de las manos de una mujer para ser exhibida al aire libre.
Jilma Madera cursó estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Alejandro, en La Habana, y fue alumna allí del famoso escultor Juan José Sicre, el creador de la imagen de José Martí que se alza en la Plaza de la Revolución. Esculpió el Cristo en Italia. Aunque se sintió siempre muy orgullosa de esa pieza, nunca fue remisa a confesar que su obra más emotiva es la del busto de Martí que, por iniciativa de Celia Sánchez, heroína de la Sierra Maestra y colaboradora cercana de Fidel, se colocó, a comienzos de los años 50, en la cima del Pico Turquino, la montaña más alta de Cuba.
Conocí a Jilma en 1960, cuando la escultora se acercaba a su madurez vital. Impartía clases entonces en una escuela de la barriada habanera de Lawton y, aunque mantenía su taller, lucía bastante alejada de los círculos artísticos de entonces. Cautivaba por su aura creativa, su conversación vivaz, el rostro enigmático y extrañamente atractivo con aquellas cejas densamente pobladas en una época en la que las mujeres se las entresacaban con esmero o las depilaban casi hasta hacerlas desaparecer; su desenvoltura, su risa desfachatada. Yo era un adolescente y ella provocaba la impresión de ser una mujer que lo había probado todo y mucho más, pero que, lejos de estar de vuelta, seguía abierta a lo que viniera.
Poco después la perdí de vista, pero volví a visitarla en los 80. Ya era una mujer bastante mayor –se casaría una vez más poco después- pero viva y plena. Me dijo que la vista le había jugado una mala pasada y que eso la obligó a abandonar definitivamente la escultura. Poco antes de su muerte, sin embargo, sorprendió a la crítica y al público con una muestra de sus piezas en pequeño formato.
Hoy, a cuarenta y ocho años de su inauguración, el Cristo de La Habana, obra de Jilma Madera, sigue ahí. Los habaneros hicieron de la explanada donde está emplazado un sitio de preferencia para la intimidad y la distracción en tardes y noches movidas por la brisa que llega desde el mar cercano, mientras la imagen, varonil y sensual, levanta su mano derecha en actitud de bendecir."
5 comentarios:
Muy interesantes los detalles, (muchos para mí desconocidos), sobre el Cristo de la Habana, a donde como bien dices hemos ido a recalar ocasionalmente, en diversas circunstancias, (casi todas requeridas de tranquilidad y recogimiento;-)) Mi amiga Margaret vive a unos metros y se que todo ese entorno es muy bonito, hay bouganvilias por donde quiera, de varios colores...
ah...y también disfrutable la singular descripción personalizada y tuneada del skyline habanero desde allí, al mejor estilo isleño...pero como te lo "curras" chiquillo;-D
verdad que tu amiga vive "en el barrio"!!!... la socita gracias a la cual conseguimos contactar nuevamente con Peña!!!.
Pues sí que es un lugar que mueve a eso: a pensar, a disfrutar de la calma (ahora, porque cuando estaba el Rumbos, aquello era un infierno), a agradecer por estar vivos y poder acceder a lugares tan agradables.
y lo del horizonte erizado capitalino visto desde esa perspectiva, es para que los que están lejos eventualmente de su ciudad, recuerden sus contornos, que nos son tan cercanos y recurrentes... solo eso!. gracias.
un beso, habanero hoy...
Cierto que es un lugar fantástico y con unas vistas maravillosas del litoral habanero y la Bahía de La Habana. Hace un tiempo atrás había familias que acostumbraban a pasar el día en el lugar, tiempo pìcnic, y era muy reconfortante. En varias ocasiones hicimos eso, pero ya no dejan hacerlo ("no se por qué motivo")y desgraciadamente el lugar (tampoco se por qué) ha perdido bastante. Pero bueno, al menos se puede llegar al lugar y admirar todo ese paisaje. Y cierto Saul que no es tan famoso o destacado como el del Corcovado, pero como obra artística y en dimensiones no tiene mucha diferencia con aquel. Solamente tiene 9 o 10 mtos. menos que el de Rio (sin contar los pedestales) que en proporción no es tanto, no crees??
Pienso que el hecho de la posición de los brazos también marca la magestuosidad de cada uno y sus perspectivas.
bueno, socio, si tomas en cuenta que el nuestro mide 20 metros y el del Corcovado mide 30 metros, tenemos que la proporción es de 1 1/2 mayor... en lo que sí coincido es que en el terreno emocional, tienen similar importancia en el corazón de habaneros y cariocas.
Está claro, mas bien me refería a la altura de la estatua. De hecho el de Rio tiene en su interior una cavidad que llega tengo entendido hasta +/- la mitad y que permite hacerle reparaciones interiores. Nada que tal vez Gilma con un poco mas de recursos hubiera llegado...
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